Ganadores del Concurso Internacional Literaula de Textos de 1 folio

El Jurado del Concurso Internacional Literaula 2017 de Textos de 1 Folio, convocado por LiterAula.com, la Fundación Progreso y Cultura, la UGT, el Fórum Intercultural, la Asociación Creaia y Letralia.com, para incentivar la libre expresión y la creatividad, ha decidido premiar los siguientes trabajos y autores:

Primer lugar

La viuda Mejías murió ahogada

Alberto Ramos Díaz (España)

El día que encontraron a la viuda Mejías ahogada en la piscina quise quedarme con su perro. Yo adoraba a ese animal. Era un cocker spaniel de cuatro años y medio, y de presencia soberbia. Se lo pedí a la sobrina que vino al entierro, pero como yo no era más que el cartero de la urbanización prefirió regalárselo al matrimonio Solís, vecinos de chalet. Estoy convencido de que la viuda Mejías, de haber podido pronunciarse al respecto, hubiera protestado. En vida me confesó que nunca antes había visto un entendimiento tal como el que teníamos su perro y yo. Creo que sospechaba de la complicidad que existía entre ambos.

Desde que los Solís se quedaron con el cocker no he podido acercarme a su buzón a dejar la correspondencia. Lo he intentado en infinidad de ocasiones pero siempre me detengo antes de llegar a la casa. El perro sabe mi hora y conoce mi olor, me mira de frente y cuando alcanzo la justa distancia del reproche, gira la cabeza y se da la vuelta. Es su forma de culparme por no estar juntos. Yo me quedo inmóvil, paralizado, como si fuera una de las estatuas de sal que en el Antiguo Testamento vieron el fuego de Sodoma. Ni siquiera me ladra, le basta con oler mi miedo y saber que cuando me mira, mi metro ochenta y dos de altura, y mis noventa y tres kilos de peso, se reducen hasta convertirme en un cartero de Liliput. El único modo que encuentro para escapar de allí es salir corriendo.

Llevo un año sin dejar cartas en el buzón de los Solís. Mi jefe de sucursal me ha notificado que han presentado una queja y que amenazan con denunciarme; alegan que otros carteros, el del banco, por ejemplo, no tiene problemas a la hora de llevarles la correspondencia. Los Solís quieren que me cambien de distrito. Lo cierto es que a mí me da igual lo que quieran ellos. Sólo me importa lo que quiere el perro. Y eso me asusta. Aunque creo que al final, por estar juntos, terminaré haciendo con los Solís lo mismo que hice con la viuda Mejías. Ellos también tienen piscina donde poder ahogarlos.

Segundo lugar

La epidemia

Fernando Blasco Martínez (Francia)

Se esforzaron hasta el límite de su humanidad, que es largo límite. Dedicaron días y días con sus horas y horas a investigar el origen del mal, los que no han sido todavía afectados siguen haciéndolo, sin horarios. Pero pocos son en realidad los que guardan un brote de fe. Tal vez lo peor del caso sea que no hay un culpable identificable. Hay, eso sí, quien habla del tantas veces anunciado fin del mundo, en razón de pecados cometidos. Las noticias acerca del origen son confusas. La versión más difundida afirma que el primer caso de la enfermedad que hoy todos denominamos “la sopa”, se dio en las afueras de la ciudad, hace ahora tres meses. Un varón, 57 años, ochenta kilos, un metro setenta, con antecedentes familiares de patologías hepáticas, desarrolló una disfunción que en un principio se creyó ocular, pero que hoy es unánimemente considerada neurológica. Tal disfunción consistía (y consiste, porque a cada día que pasa se extiende más, por los suburbios primero, y ahora por la ciudad) en la deformación de la capacidad visual del afectado, seguida de la incapacidad de percibir los objetos tal y como están dispuestos ante nuestros ojos.

El primero de los enfermos tuvo el primer síntoma justo antes de reclamar el pago de un trabajo de electricidad realizado en casa de una señora. Aseguraba que su clienta no había escrito la palabra mil en el cheque, y de nada sirvió que ella jurara que lo había preparado su hijo, que ella no entendía de cheques, pero el hombre argumentaba que las personas mayores se equivocaban siempre a su favor, y que no era la primera vez. Peor fue cuando, en el banco, volvió a comprobar la cifra, y no encontró sino letras sin orden ni concierto, zetas donde debía haber eles, eñes donde había efes, ceros en lugar de erres. El caos letrado se multiplicó cuando miró los carteles de la calle. A partir de ese momento, los casos se sucedieron, aparentemente sin estar relacionados, en personas de diversas características y en puntos de la ciudad diferentes. Los síntomas son los mismos, y nadie ha logrado develar las causas de la enfermedad. Tampoco se han establecido grupos de riesgo. Todos estamos expuestos. Según han informado en las noticias de las cinco, los casos conocidos alcanzan al cincuenta y tres por ciento de la población. Y cada vez es más veloz la propagación. Las autoridades sanitarias han cambiado el término epidemia por el de catástrofe. Si esto sigue rumbo, si nadie es capaz de encontrar explicación primero, y una solución después a esta desastre, terminará por con ertirse en algo irreversible.

La gente no está afecada ha optedo por huir, las autop stas están colapsadas, pero naides sabe hacia dónfe tiene que yr. Los transportes púbfros no cemplen suf ioraois ni fus recolidos. Pero eb medio de la trajedia tau ina rspedanca. Las botivias de las feiz esaguren que huy iha sojufión. Wue bo bergamos la palme. Q weo oityoclg.

Tercer lugar

El vicio

Andreína Alcántara (Venezuela)

Tengo un vicio muy extraño. No me atrevo a confesar cuál es. Temo que quienes me quieren me inciten a dejarlo para siempre. Me aterra tener que decirle adiós al íntimo placer de disfrutarlo a solas, a escondidas.

Mi vicio es incontrolable. Me invade todos los días. Al amanecer, al mediodía, en la tarde, cuando está cayendo el sol, al asomarse la luna, en cualquier lugar, a cualquier hora.

Lo necesito cuando tengo calor, cuando siento frío, al sentir hambre, al cocinar, después de cenar, cuando voy a la pizzería, en el cine, en la playa, en casa de mi suegra, en la calle, en la universidad. Hasta cuando estoy enferma.

Mi vicio frecuentemente no me deja dormir, interrumpe mis más profundos sueños, me levanta con sobresaltos. Busco desesperada saciarlo. Me deja abandonada en insólitas y eternas madrugadas de insomnio.

Viajó conmigo hasta la Patagonia, a las frías montañas de Venezuela, a la altitud del Chimborazo. Allí se manifestó voraz al presentarse entre el paisaje gélido, nevado y triste.

Reconozco que es un vicio bonito, inocente, nostálgico, familiar, me hace retroceder en el tiempo y en el espacio. Me lleva a mi niñez, a los brazos de mi hermana mayor, a la casa materna. A la ciudad cálida y feliz donde nací. Es parte de mis más fuertes arraigos.

También es un vicio terrible, que no me deja razonar, nubla mi cerebro, no escucha explicaciones, me obliga a ceder. Amenaza con desnutrirme, destrozará partes importantes de mi cuerpo, acabará poco a poco con mi delgado cuerpo, pero no me importa, lo disfruto. Cada día me enamoro más de él.

Mi vicio es así, terco, invasivo, loco, dictatorial, intransigente, anárquico, bipolar, esquizofrénico, irracional. Ya regreso. Voy a complacer a mi amado y odiado vicio.

El jurado otorgó accésit a las siguientes seis obras:

“Redención”, de Ana Busquets Fariña (Cuba)
“Ricitos de oro y un día después de mañana”, de Iván Larreynaga (España)
“Sueño de sangre”, de Jimena Santángelo (Argentina)
“Llorente”, de Jorge Jeria Conus (Chile)
“Historias de la Casa Hogar: ¿Por qué llegan los niños? El relato de José”, de Liyeira Guédez (Venezuela)
“Amanecer”, de Pilar Galindo Salmerón (España)

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